Vino de cosecha ética

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El Diccionario de la Real Academia Española define el minifundio como “finca rústica, que por su reducida extensión, no puede ser objeto en sí misma de cultivo en condiciones remuneradoras”. Un empresario de Muro de Alcoi se ha empeñado en contradecir a la RAE.

Juan Cascant, copropietario de la bodega el Celler de la Muntanya y precursor del sello Microvinya, lleva varios años demostrando con hechos y con cifras, que este modelo de agricultura, “terriblemente denostado y sinónimo de pobreza” no sólo es rentable económicamente, sino generador de riqueza social, medioambiental y cultural.

Los siete vinos que elabora esta empresa vitivinícola de L’Alcoià—Comtat proceden todos de microviñas: pequeños bancales (algunos nuevos, otros recuperados) de Muro, Beniarrés o Gaianes donde se cultivan las mismas variedades de uva que hace siglos. Las tierras pertenecen a arquitectas, abogados, electricistas, carniceros, profesoras, amas de casa y algún que otro agricultor. En total, 28 microviñedos integran el proyecto y cada uno mantiene con la bodega un acuerdo de remuneración distinto.

 

El  proyecto lo integran un total de 28 pequeños propietarios de viñedos

“Lo que nuestra etiqueta acredita” explica Cascant, “es que al productor se le ha remunerado de forma justa”. Para poder reproducirlas se tiene que poder constatar además “que se trabaja con respeto a la madre Tierra y con variedades autóctonas; que hay una intención de formar parte del entorno y generar una actividad social vinculada al campo y, por último, que la promoción del producto se realiza mediante nuestra cultura”.

Con esta filosofía, el Celler de la Muntanya ha conseguido entrar con muy buen pie en el mercado norteamericano y el alemán, donde algunos de sus caldos, como Celler de la Muntanya-Negre o Lliure Albir pueden degustarse en restaurantes y adquirirse en tiendas gourmet.

“Por supuesto que el concepto ético reporta beneficios”, remarca Cascant, mientras recuerda que ni él, ni su amigo Toni Boronat, pretendían hacer ningún negocio cuando comenzaron su aventura, con varias cepas y una barrica. El vino les salió mejor de lo que esperaban y al no disponer de tierras ni recursos para comprarlas, propusieron a sus vecinos plantar uva como quien planta tomates, “para recuperar entre todos el paisaje, hacer vino de calidad y participar una actividad lúdica”.

“Hacemos parques naturales y gastamos mucho dinero en salvaguardar nuestro paisaje, nuestro ecosistema mediterráneo, sin conseguirlo. Pero nuestro campo es minifundista y solo se salvarán si el hombre lo trabaja, y con ello el paisaje y el ecosistema, y además gratis”, concluye.

Fuente: El País

 

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