Hacia los pastos frescos del norte
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Personas afines al movimiento social ‘Slow Food’ acompañan en su periplo al pastor trashumante, Chimo Tomás conduce estos días sus ovejas desde Petrés a Orihuela del Tremedal «Este no es un trabajo de esclavo; la esclavitud es tener que hacer toda la vida lo que no te gusta»
Hacia el verano, la hierba que creció fuerte con las lluvias de primavera, se agosta en las tierras bajas valencianas. Falla la buena comida y cunden las altas temperaturas que acogotan al ganado. Por eso, desde tiempo inmemorial, los pastores conducían a sus animales hacia las zonas altas, en busca de calores menos intensos y de los pastos que se mantienen verdes y frescos durante el estío, que allí es suave. Este movimiento secular se conoce como la trashumancia, en franco declive por la invasión creciente de las prisas y de otras formas de vida, reñidas, por lo general, con estas pautas consideradas como antiguallas y más confiadas en las llamadas nuevas tecnologías.
Lo más normal era que los pastores de las comarcas altas de Teruel o Cuenca bajaran al Reino de Valencia con sus rebaños de ovejas cuando llegaba octubre, huyendo de los fríos y de las probables nevadas que cubren los Montes Universales o la Serranía. Aquí encontraban fácil pasto invernal, libre de intensas heladas, y cuando llegaba mayo hacían el viaje de retorno, por las veredas y cañadas, que eran las vías reservadas para este tránsito.
Hoy siguen ahí estas vías pecuarias, teóricamente protegidas, pero sobre el papel, más que nada, en los planos. En la práctica han sido interrumpidas aquí y allá por construcciones, transformaciones o puentes que no se rehicieron. Y en los tramos que siguen libres, la maleza ha crecido tanto, por el desuso, que están impracticables.
Esto es lo que se está encontrando estos días Joaquín Tomás Eulogio, ‘Chimo’, pastor de Almenara que conduce su rebaño de 800 ovejas en ruta al noroeste, hacia Orihuela del Tremedal, casi en el límite de la provincia de Teruel con la de Guadalajara, en plenos Montes Universales.
Cuando apenas bajan ya a tierras valencianas pastores trashumantes de Teruel, Chimo trata de seguir la antigua Cañada del Reino, por donde transcurría la intensa trashumancia de antaño y bajaba a diario, en vivo y sobre sus patas, buena parte del suministro de carne de ovino y bovino que abastecía a Valencia. Pero se ha encontrado con que está impracticable en muchos tramos, y en otros, casi irreconocible. En los pueblos donde para le han dicho los más veteranos que hacía cuarenta años que por allí no pasaba nadie a pie con sus animales. De hecho, en la misma Orihuela, donde estará hasta el otoño, de 5.000 cabezas de ganado que hubo no queda nada, y en la vecina Alustante, ya en Guadalajara, de 8.000 restan tan sólo 300.
Cuando el lector lea hoy estas líneas, el ganado de Chimo andará por San Blas, después de Teruel, tras haber pasado la noche en Villaespesa. Le acompañan otras nueve personas, ávidas de naturaleza, de aire puro y de recuperación de costumbres y hábitos de vida más sanos y auténticos, que han respondido a la llamada de apoyo de ‘Slow Food’ (comida lenta), un movimiento social nacido en Italia que preconiza la recuperación de valores perdidos que aseguren mejor calidad de vida.
Partieron de Petrés, junto a Sagunto, el pasado día 7; llegarán a destino el martes 18 o el miércoles 19. ¿Una paliza de casi dos semanas? Sus protagonistas no lo ven así; todo lo contrario: disfrutan y ayudan, sobre todo en los pasos difíciles, controlando a los animales al cruzar una carretera, procurando que no entren en los sembrados, y conviviendo satisfactoriamente en algo que surgió de manera espontánea.
El propio Chimo es ejemplo claro de lo que representa su trabajo. Lo eligió porque quiso y a edad tardía (ahora tiene 40 años), porque buscaba autenticidad. Él era carpintero, y explica que «un día me di cuenta de que mi hija no me conocía, porque llegaba a casa cuando ya estaba dormida o pasaba varios días en obras de fuera, y me dije que aquello no podía seguir así, de modo que decidí el cambio y hacerme pastor, lo que siempre quise ser desde pequeño».
Estuvo cinco años de aprendizaje con otros pastores, hasta que decidió a ponerse por su cuenta. Parte de su ganado actual se lo vendió uno de los acompañantes, Vicente Conejos, que estuvo 25 años sacando sus ovejas de noche porque durante el día tenía otro empleo. La mitad de ellas eran blancas y la otra mitad negras, «así, si había luna, veía por donde iba el grupo porque destacaban las negras, y si no porque resplandecían las blancas».
Ahora, en el rebaño hay más de 300 madres que van preñadas, lo que exige mayor cuidado. Algunas han parido por el camino.
Vicente lleva la furgoneta de apoyo con los avíos de todos. En las mochilas, cada cual carga con lo imprescindible para el camino del día. Cuando llegan a los corrales previstos, acampan para la noche. Las chicas montan su tienda de campaña. Son Elena Rodríguez, natural de Ávila, que estudió periodismo y se ha especializado en comunicación social; Esther Ruiz, oficinista del Puerto de Sagunto, y Edurne García, profesora de yoga de Valencia.
Alguna noche, al acampar, se han encontrado con la desagradable sorpresa de verse invadidos por pulgas que les han hinchado a picaduras. Bueno, no a todos. Miguel Conejos, hermano de Vicent, asegura que a él no le pican «porque como mucho ajo y mucha cebolla». Ahora está ilusionado con este viaje de pastor ayudante, cuando se acaba de jubilar tras 37 años de taxista en Holanda.
Junto a ellos hace también el viaje Juanjo Muñoz, de Bonrepós y empleado de Bancaja; Carlos Albors, músico de Valencia; Eduardo Sánchez, terapeuta, también de Valencia, y Toni Montoliu, de Meliana, dueño del famoso restaurante que tiene por sede una barraca en la huerta y es un apasionado defensor de los valores genuinos de la vida rural y de la recuperación de los sabores perdidos. Él se ocupa de ofrecer de vez en cuando al grupo alegrías gastronómicas.
En un alto de las ovejas, Chimo aprovecha para ‘operar’ las patas de algunas que cojean. Con una navaja les quita hábilmente pinchos que se han clavado al cruzar por sitios repletos de maleza y les cura las pequeñas heridas. Los perros trabajan tanto como los hombres para controlar a las reses descarriadas. Son Pepe, el mastín; Pili, una collie, y Paco y Canti, ‘gossos d’atura’.
Chimo proclama que no se ve ganadero, sino pastor, y desmiente «que esto sea un trabajo esclavo; la esclavitud está en fichar todos los días, ir a la oficina, aguantar a gente insoportable y hacer toda la vida lo que a uno no le gusta; pero esto, en la naturaleza, es un regalo».
VICENTE LLADRÓ las provincias Valencia